Resumen:
Había nacido por primera vez en el siglo XIX. Sus lecturas presuntuosas del inefable Rubén Darío lo habían cautivado en los primeros años de su juventud. Llegó a escuchar en la vieja fonola el ritmo novedoso de Chopin. Había soñado con ser piloto antes de que los aviones existieran y -sepultado en sus ilusiones de juventud-, se había entregado plenamente a aquellos versos del nicaragüense amado: "Juventud divino tesoro, te vas para no volver..." Y cuando sus belicosos impulsos del pasado lo abandonaron para siempre, se dedicó a buscar en la juventud ajena aquello que la propia no le podía ofrecer.