Descripción:
Ruggiero, el hombre, el intelectual,
el maestro, el historiador,
el humanista, el amigo, ya no
está con nosotros.
Ya no está el hombre de carácter
para quien la vida era en primer lugar
un reto intelectual de comprensión
y acción, enérgica, coherente, lúcida:
prefería sin duda el desacuerdo, incluso
rudo pero inteligente y amistoso, que la
mediocridad. La presentación de un libro
suyo, o de sus amigos, no era menos
la ocasión de celebrar que de polemizar.
¿Es necesario recordar que
casi todos —por no decir todos—
sus textos implicaban una discusión,
mejor aún, una polémica?
Solía decir, en
su proverbial franqueza,
que no era
modesto. Disfrutaba
el reconocimiento
y reconocía la fidelidad,
pero le molestaba
la pleitesía y
el excesivo obsequio. También así se entiende su profundo
desagrado ante la mínima evocación
de haber formado una escuela. Si no le
gustaban los ismos ni las capillas tampoco
le agradaban las escuelas. Consideraba
esto desmedro de la libertad personal
—no hay otra—, insulto a la inteligencia
de los implicados: él mismo y
sus alumnos