La generosidad no es obligación, sino que está constituida por gestos más o
menos simples, más o menos pequeños, que van más allá del deber mínimo
con el prójimo.
Gerardo tuvo conmigo gestos de generosidad que no olvido. Su generosidad y la
amistad con que me honró me permiten estar hoy en compañía de ustedes y de él.
El respeto por sí mismo no es otra cosa que el respeto invariable de los propios
principios, cuando tales principios pueden volverse universales, es decir, cuando son
humanistas en el más incluyente sentido.
Gerardo era exigente consigo mismo por respeto a sus principios y, a la vez, tolerante
con sus amigos y colegas.
Pero la tolerancia hacia sus colegas —también por razones humanistas— no implicaba
ni ininteligencia ni ingenuidad: junto al respeto por sus principios trabajó y
defendió, con diáfana rectitud, su proyecto de universidad.
Soy testigo de su tolerancia y de su ecuanimidad, pues nuestras discrepancias
académicas —a pesar de, o precisamente por, una común formación temprana impregnada
de disciplina y cultura religiosa— no estorbaron nuestro diálogo, y menos nuestra
amistad.
La generosidad no es obligación, sino que está constituida por gestos más o
menos simples, más o menos pequeños, que van más allá del deber mínimo
con el prójimo.
Gerardo tuvo conmigo gestos de generosidad que no olvido. Su generosidad y la
amistad con que me honró me permiten estar hoy en compañía de ustedes y de él.
El respeto por sí mismo no es otra cosa que el respeto invariable de los propios
principios, cuando tales principios pueden volverse universales, es decir, cuando son
humanistas en el más incluyente sentido.
Gerardo era exigente consigo mismo por respeto a sus principios y, a la vez, tolerante
con sus amigos y colegas.
Pero la tolerancia hacia sus colegas —también por razones humanistas— no implicaba
ni ininteligencia ni ingenuidad: junto al respeto por sus principios trabajó y
defendió, con diáfana rectitud, su proyecto de universidad.
Soy testigo de su tolerancia y de su ecuanimidad, pues nuestras discrepancias
académicas —a pesar de, o precisamente por, una común formación temprana impregnada
de disciplina y cultura religiosa— no estorbaron nuestro diálogo, y menos nuestra
amistad.